lunes, abril 21, 2008

Sobre La Despedida

Jakub Sabía además que todo el mundo le desea la muerte a alguien y que sólo hay dos cosas que lo alejen (SIC) del asesinato: el miedo al castigo y la dificultad física de matar. Jakub sabía que, si cada persona tuviese la oportunidad de asesinar en secreto y a distancia, la humanidad moriría en unos pocos minutos.
Milan Kundera




Hay en la despedida de Kundera unas cuantas verdades que nos asustan. Sin que hayamos leído una página, el reseñista de la editorial Tusquets se atreve a insinuarnos una de esas verdades con dos preguntas fuertísimas: ¿merece el hombre vivir en esta tierra? ¿Acaso no hay que "liberar el planeta de las garras del hombre"?
Si se mira desde la perspectiva adecuada, uno entiende que la despedida, como la mayoría de los libros de Kundera, es una de esas novelas que se encarga de pegarle fuerte al Kitsch, entendido este último en un sentido amplio como la negación de la mierda. En efecto, perdidas entre las líneas de esta tercera novela de Kundera hay un montón de verdades a las que la gente le teme, que se asoman de vez en cuando en el noticiero de las siete para perderse en un mar de de mentirillas humanistas. Son como el coco, como el Boogey man, sabemos que acechan dentro del armario o debajo de nuestra cama pero entendemos que mientras se queden allí son inofensivos.
Yo me atrevería a decir que más que esas tontas preguntas que nos plantea el reseñista, a Kundera le preocupa la motivación del ser humano; creo que la pregunta que siempre está latente en el libro es una que indaga sobre las razones y los motivos que llevan a un hombre a actuar como un santo o como un alma perdida.
¿Qué es eso que nos lleva a nuestras zonas oscuras?
¿Por qué de vez en cuando hacemos lo que parece correcto?

La despedida ocurre en un balneario de un país comunista de Europa del Este y la narra un tipo omnisciente, como el que tanto critica Fernando Vallejo; un tipo que sabe exactamente lo que piensan cada uno de sus personajes, lo que sienten, lo que desean. Como si pudiera dar un vistazo en sus almas.
Una persona que conozco, alumno de Kundera en la Sorbona, me contó que el tipo era más bien callado, que no decía mucho ni vivía dando cátedra, que el rasgo que delataba su genio era su mirada, que daba miedo la forma en la que aquel tipo miraba porque uno se sentía analizado, observado, expuesto, desnudo. Algunos se quejan de ese estúpido narrador omnisciente pero yo excuso a Kundera porque entiendo que ese era su trabajo. Como ocurría con muchos otros de los grandes, su vocación era la de desnudar almas. (Véase las reseñas de libros de Virginia Wolf, por ejemplo) No podríamos pedirle que haga algo diferente.

Escribo lo anterior haciendo una aclaración: Criticar a Kundera me resulta difícil. No he aprendido en la universidad ni en muchos otros libros tanto como en los párrafos de Kundera. Admiro a ese tipo más que a mis abuelos. Cuando leo uno de sus libros la parte de mi cerebro que produce las críticas se anestesia irremediablemente y tal vez por eso paso por alto que aveces, en su intento de contarnos sobre las miserias y sobre las bajezas del ser humano y su pobre alma, se olvida de las historias y deja a los personajes en un segundo plano, desplazados por un narrador que todo lo sabe, que todo lo predice, que está en todas partes.
En el Libro de la Risa y el Olvido y en La Insoportable Levedad del Ser pasa lo anterior con mucha frecuencia: el Kundera ensayista desplaza al Kundera que cuenta historias y empezamos a ser salpicados por un montón de verdades que esclavizan la narración. Los personajes se convierten en unos esclavos, en simples premisas sobre las cuales el autor apoya aquellas cosas que quiere hacer valer como verdades.
En La despedida, sin embargo, hay un Kundera más moderado en ese aspecto. Es más divertido cuando uno se va encontrando esas verdades casi por accidente, mientras lee la historia de ocho personas casi reales, con almas a blanco y negro. En este libro Kundera logra tejer una historia fuerte, diabólicamente precisa, que le permite decir sus verdades sin dejar de contarnos una historia y sin que esa historia parezca una parábola tonta y vacía que existe sólo a merced de un narrador omnisciente y sus máximas.



1 comentario:

  1. Amo a Kundera, y tampoco soy capaz de criticarlo, es más la sed por leer esas verdades absolutas que en el fondo conocemos..:)

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