Dice Ernesto McCausland que "David Sánchez era muy consciente de su universalidad. A pesar de que adoptó el Caribe como fuente rica e inagotable de sus historias, y entendió el Caribe como nadie, no sólo desde la perspectiva narrativa, sino desde la perspectiva analítica e intelectual, era un ser universal. Esa fue su gran fortaleza."*
No sabemos, sin embargo, qué tipo de universalidad pueda predicarse de algunas de sus obras en la que se habla estrictamente en el lenguaje de las calles de la costa atlántica Colombiana, un lenguaje con su propio léxico lleno de palabrotas en el que un amigo es un "cuadro", en el que la expresión "nojoda" es una interjección usada con demasiada frecuencia, en el que se habla rápido, rapidísimo.
En efecto, el lenguaje en "Abraham al Humor", "El Flecha" y otras de sus obras es un lenguaje esencialmente nuestro. Nos pertenece a todos aquellos que nacimos de Bucamaranga hacia arriba y en él nos movemos como peces en el agua.
No es momento, sin embargo, para poner en entredicho la universalidad de la obra de David Sanchez Juliao sino para preguntarnos a nosotros mismos, que somos operadores de ese lenguaje, que pertenecemos al universo de esa obra, lo que ese sociólogo, diplomático y comunicador nos dejó para siempre.
Y empiezo entonces recordando que la obra de Juliao tiene la virtud de ser un retrato entretenido, pero no por eso complaciente de algo que podríamos llamar el -establishment- costeño. Uno de sus personajes, un aspirante a boxeador ignorante pero alegrísimo y dicharachero, un tal "flecha", nos dijo alguna vez con un desparpajo sorprendente cosas como la siguiente:
"Pero viejo Deivi, vea le digo, yo andaba así desorientado, porque yo lo que quería ser era boxeador, la madre. Jueputa -profesión- para gustarme nojoda, más que la -comía-.
Desde que vivía en el barriecito ese donde todavía vivo, el Kennyder! - Kennyder! El barrio más bacano de Lorica, porque es el único con nombre de President of the Yunaited States of America.
Bueno, desde que vivía ahí, en ese barrio, en donde a uno como negro no le queda otra alternativa que el ring y la fama marica. Síii, porque las demás profesiones, usté lo sabe viejo "Devinson", son oficio pa' blanco cuadro, la madre."
Qué subversivo era este tal -flecha-. Parece sugerir que la sociedad de la costa atlántica colombiana es racista y excluyente por excelencia, parece sugerir que ser negro, en una tierra de Libaneses a los que la gente llama turcos, en una tierra de mestizos, es una maldición que te persigue toda la vida.
¿Y a quién se le ocurre decir eso? Que los costeños somos racistas y que en nuestra esencia, en nuestra forma de ver el mundo, la idea de la exclusión es un gran valor. Que nos sentimos -la verga- (como diría el flecha) cuando nos sentimos parte de una élite que va al "club del country" y que no tiene nada que ver con estos personajes sencillitos, negritos, ignorantones.
Eso lo puedo decir yo ahora sin muchos temores, en esta nota corta, a sabiendas de que me ganaré un par de enemigos en mi tierra pero no mucho más que eso. Es que en este momento de nuestra historia ya no matan a la gente tanto por decir lo que piensa y ya no es tan peligroso decirles unas cuantas verdades a las élites de las provincias. Tal vez ahora, quién sabe, no se -emputen- tanto.
Una obra que se haya atrevido a hacer eso mucho antes, en otro momento histórico, que haya buscado la voz de nuestros personajes más sencillos, de la Colombia negra, de la gente que vive en las barriadas, es una obra valiente. Alguien que contara estas historias podría, en efecto, haber pisado muchos callos.
La obra de Juliao tiene la virtud de esa valentía, pero además tiene otra cierta virtud al decirnos todas esas verdades como en -mamadera de gallo-, como quien nos encuentra en una tarde soleada barranquillera y nos echa un montón -de lengua- (Tradúzcase al castellano: Nos regaña profusamente) pero no nos maltrata sino que nos divierte con nuestra propia estrechez de miras. No me extraña, en ese sentido, que además de académico y sociólogo, Juliao haya sido diplomático. Su obra puede verse precisamente como un gran ejercicio de diplomacia, una divertida diplomacia literaria que nos dice lo que nadie más se había atrevido a decirnos.
La voz de El flecha, además, habría sido una voz realmente imposible e inaudible sin la obra de David Sanchez Juliao precisamente porque el "Flecha" tiene la razón cuando dice que en la costa atlántica Colombiana ser negro es tenerla muy difícil. Este era el trabajo que sólo se le habría permitido a un blanco. No habríamos escuchado esa queja divertida, esa gran historia de desencanto que viven tantas personas en los barrios de nuestra provincia, esa crónica sobre la indolencia de una sociedad, si no hubiera sido por David Sanchez.
Se ha ido. Pero nos deja entonces un montón de cosas. Sabemos que vivirá para siempre en las sonrisas de nuestros barrios populares, en las carcajadas de los que que se divierten con las imprudencias de "El Flecha", en la vivencia de nuestro pueblo pobre pero alegre y lenguaraz.
Recordemos que fue él quien le puso la voz (literalmente) a ese personaje que describió a la sociedad costeña a través de un montón de métaforas que todos entendimos:
"La vida es eso hermano, una película de vaqueros (...) en la que unos monos boniticos -hay- y tal, los del lado del chacho, los que ganan, y otros barbones y pelúos que ni modo son los que se -esmierdan- del caballo, los que el chacho hace así vea: -Pum, Pum. Medio mueve el gatillo y van cayendo como quien tumba mango".
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