No entiendo su peinado. Es como mirar un montón de triangulitos que se entrelazan y que terminan en unos mechones de color castaño para caer sobre una frente grandota.
Hay un pequeño espacio entre sus dientes, no muy pronunciado sino perfecto, con la proporción adecuada.
Llora sin lagrimas cuando le conviene y aprieta los ojos fuertísimo. Entonces uno empieza a extrañar esas dos esferas blancas gigantescas y las dos bolitas marrones que tienen en el centro; y le concede lo que sea, para que mueva esas pestañas pequeñitas pero gruesas y haga cualquier gesto, cualquier gracia, cualquier guiño.
Cada mujer cultiva desde niña una pequeña reina del drama. Con cada año que pasa va aguzando las maneras, trabajando en la resistencia, va haciendose diestra en algo intimamente femenino e inexpugnable. No son peligrosas por casualidad. En eso pienso mientras ella juega como si no se percatara de mi existencia: en los pobres corazones de los hombres que se le cruzarán en en el camino.
Este espacio es todo suyo, le pertenece. Mientras afuera la gente habla y come y ríe y finge divertirse, ella juega inventando historias con lo que tiene a la mano.
Mide un poco más de un metro, pero ya adivina los estragos que puede causar con esos ojazos marrones; ya sabe iluminar la noche con su sonrisa.
Te equivocas. Los hombres son iguales. Sólo sus tácticas son diferentes.
ResponderBorrarPero bueno...por el momento dejaré que Catalina te siga rompiendo el corazón...
Es que hay tácticas de tácticas. Combina una buena táctica con los ojitos de Catalina y bueno: ¿Para qué la táctica?
ResponderBorrarNo te lo tomes tan a pecho. ¿Se te alborotó la feminista interior?