domingo, febrero 07, 2016

Sobre el Centurión de la Noche

Lo primero que debe decirse sobre "El Centurión de La noche" de Mauricio Silva Guzman es que se trata del intento más serio de contar la historia de Alvaro José Arroyo, uno de los mas grandes intérpretes de música popular de la historia colombiana. Silva Guzman logra contar la historia del Joe sin caer en la tentación de contarlo absolutamente todo, con aparente buen criterio para decidir lo que se cuenta y lo que se deja por fuera.

Este buen criterio editorial viene acompañado de una prosa limpia y ágil con la que se construye una historia relativamente coherente, narrada en tercera persona por un narrador que parece contarnos un montón de episodios que definen la vida de El Joe Arroyo con un cierto tono de fascinación que a veces suena exagerado y complaciente y que en ocasiones parece cruzar la frontera hacia el terreno de la hagiografía. 

 Es una lástima que esta segunda edición de la editorial La Iguana Ciega no le haga justicia a la historia del Joe ni al retrato que Nicolás Achury logró de él hace algunos años para aquel artículo de Rolling Stone también de autoría de Silva. La portada es un recorte horroroso de dicho retrato atravesado por un título y un subtítulo en letras blancas y amarillas sobre un fondo negro. A la izquierda una silueta parduzca ininteligible. "Una vida cantada", dice el subtítulo, añadiéndole un lugar común a la fealdad de la composición y al apiñamiento de la diagramación.

 Pero los libros no se juzgan por su carátula y hay dos críticas más serias que hacerle al libro de Silva Guzman.   La primera tiene que ver con su estructura narrativa pero quizá mucho más con el desatino que son los últimos capítulos de esta segunda edición. El segundo capítulo es un capítulo larguísimo que a su vez está dividido en 23 secciones que guardan cierta coherencia cronológica.  Cada una de estas secciones construye sobre la anterior para describir un cierto arco evolutivo de la vida y música del Joe, contándonos los ires y venires entre orquestas, sus coqueteos con la droga y la noche, la forma en que la muerte, la enfermedad y la decepción marcan su vida y su arte.  

 Pero algo extraño ocurre justo al final.   La que parece una última frase relativamente adecuada para esta historia sobre la música y la gente que produce el caribe no es en realidad una última frase.  El autor propone cinco pequeños capítulos más que no exceden las veinte páginas cada uno y que parecen un montón de retazos que no cabían en ningún otro lado y que se pusieron al final porque no encajaban en ningún otro aparte del libro.  En efecto, los capítulos tres, cuatro, cinco y seis bien podrían leerse en abstracto de todo lo que antes se dijo, bien podrían leerse como cuatro mini-ensayitos aptos para circular por sí solos en alguna revista de actualidad. 

Y esta pequeña falla estructural sería pecata minuta si el autor hubiera optado por semejante cosa para no privarnos de algo importante, pero desafortunadamente no hay nada particularmente interesante en esos últimos capítulos aparte de una par de citas de conocidos y expertos.  Aquella frase que habría sido un final digno en el capítulo 23 es reemplazada por un agradecimiento final que es, por lo menos, una cursilería ya antes vista:  "Gracias, Joe, por la escandalosa noche de verano que fue todo esto".
 
La segunda crítica que debe hacérsele a la obra de Silva Guzman es más importante porque no es una objeción de forma sino de fondo: En ningún aparte de El Centurión de la Noche hay un intento medianamente riguroso de apreciar la música del Joe Arroyo. Es cierto que se trata de una biografía escrita por un periodista y no un critico de música pero uno esperaría que un narrador tan embelesado con la obra del Joe hubiera hecho un intento mucho más lúcido y riguroso de proponerle al lector siquiera un atisbo de las razones por las cuales la música del Joe es tan numinosa, tan hermosamente simple y vital. Un atisbo de lo que hace a esta música del caribe tan diferente y tan especial.  Un ensayo más sofisticado sobre el talento innato de ese negro que hacía música sin poder leerla en un pentagrama.

Por el contrario, Silva Guzman cae reiteradamente en el error de usar el éxito comercial de los álbumes del Joe arroyo como el criterio principal para evaluar tanto su calidad musical como el valor relativo de una determinada producción con respecto al resto de la discografía. Es común entonces leer al autor describiendo y las canciones del Joe como hits o éxitos y dividiéndolas en  dos grupos básicos: temas que no sonaron y temas que se pegaron. 

Es cierto que hablamos de música popular y que todo indica que el mismo Joe Arroyo medía su trabajo con el termómetro del éxito comercial, pero también lo es que una biografía del Joe arroyo  en la que se le presenta como un genio musical debió haberse aventurado a hacer un análisis mucho mas riguroso de su música. De su música observada holísticamente: La que se bailó, la que fue exitosa, la que pegó pero tambien la que  está a punto de perderse en el olvido.  Una obra que se hubiera impuesto ese reto tal vez no habría caído tan fácilmente en la tentación de agraviar el talento del Joe Arroyo al atribuírselo, como hace Silva en dos o tres apartes de su libro, a algo sobrenatural o del más allá, a un don que vino caído del cielo, a la predestinación impuesta por designio de alguna deidad del más allá:  

"Es mar y río, que es definitivo. Es negro, indio y blanco, como una gaita. Y también es -y esto va para los creyentes- la clara demostración de que, en efecto, sí hay algo más por allá".

A pesar de estas ligerezas, es necesario insistir en que el libro de Mauricio Silva Guzman es un vistazo decente a la vida del Joe a través de una naracción amena y fluida.  Estamos ante uno de los primeros esfuerzos literarios serios por documentar la vida del Joe y queda claro, después de leerlo, que hay mucho más que decir y cuestionar sobre la vida y obra de este genio de la música.





1 comentario:

  1. Este libro es mi acompañante en todos los viajes a la playa, leerlo es para mi placentero, siempre me lleva al llanto, risa y admiración.

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