sábado, mayo 05, 2012

Casi una oda a Dania


Debe haber mucha más tensión que la habitual en Cartagena. Y no precisamente sexual. En una novela de García Marquez la cosa iría más o menos así: Las señoronas en las iglesias, perdidas entre velos negros,  rogándole al cielo que las tantas menciones al Hilton que llegan en la factura de la tarjeta de crédito de sus señores esposos no sean evidencia de encuentros furtivos con alguna Dania. Los señorones Cartageneros muy pinchados, muy elegantes, muy caribeños, afectados en sus oficinas porque ya se supieron todas estas cosas tan inenarrables sobre las costumbres sexuales locales y porque en la misa del domingo no podrán reconfortar a sus señoronas condenando con vehemencia la prostitución que ya es rampante. Ya no pueden: Ya se sabe que la relación entre la industria del turismo de Cartagena y la prostitución es una suerte de relación simbiótica. Ya se sabe que hasta los hoteles más aseñorados suspenden el aseñoramiento por las noches hasta las seis y media de la mañana del día siguiente, que es la hora en la que las hetairas, las Danias, vuelven a ser inaceptables. Es una especie de re-edición de la historia de la Cenicienta, pero a estas cenicientas les abren las puertas del castillo hasta las  seis y media: No vayan a toparse pues, por accidente, con alguna señorona que organiza desayunos para su grupo de oración en el restaurante del hotel. Se correría el riesgo, dicho sea de paso, de que nadie se coma esos desayunos tan enjamonadamente insípidos.

La historia de Dania es un verdadero suceso. Una oportunidad entre muy pocas para que los Cartageneros examinen la Cartagenidad, lo que significa ser Cartagenero. Es una oportunidad para reírnos al unísono de lo ridículos que nos vemos a veces, en la costa atlántica, cuando alguien nos hace sonrojar diciendo en voz  alta ciertas cosas que eran secretos a voces. Y es importante la introspección crítica porque una ciudad tan cercana al palenque, tan negra, tan Afro-colombiana, no puede darse el lujo de ser tan racista, sexista, elitista, rezandera e hipócrita como la Cartagena de hoy en día.  El personaje más famoso de David Sanchez Juliao, El Flecha,  dijo esto como en broma sobre su natal Santa Cruz de Lorica en Córdoba: No hay profesión para el hombre negro en Lorica, la única opción es el ring y la fama [1].  Bástenos con revisar las historias del Joe Arroyo y Pambelé para darnos cuenta de que Sanchez Juliao (o el tal Flecha) no estaba muy equivocado sobre las posibilidades del hombre negro en la Colombia costeña. Pero creo que , algunas décadas después, para añadir que en la Costa Atlántica muchas mestizas (muchas Danias) ven en la venta de su sexualidad o en la explotación de su atractivo físico la única posibilidad efectiva de emancipación. Lo reformulo así: En la costa atlántica Colombiana muchas mujeres con ambiciones vislumbran poco más que dos alternativas:  ser la señorona de un señorón o ser Dania. [2]

Poco a poco la mujer colombiana va ganando espacios importantes en la sociedad que antes eran espacios privativos del hombre (la reciente elección de Elena Alviar como decana de la facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes es un ejemplo importante de este fenómeno) pero la mujer de la Costa Atlántica va siempre rezagada en parte porque la moralidad costeña es paradójica. La misma región del famoso burdel de las burras, la misma región en la que muchos adolescentes son iniciados sexualmente por prostitutas bajo el auspicio de sus padres, es la región que se escandaliza con la historia de Dania. Y como el populismo no es pudoroso, el alcalde de Cartagena le exige disculpas al gobierno de los Estados Unidos por las travesuras sexuales que ocurren en las habitaciones de un hotel local, como si el trabajo de un alcalde serio fuera escandalizarse junto a las señoronas,  dejando pasar la ocasión para cuestionar o, por lo menos, provocar una discusión respetable sobre las causas del auge del turismo sexual y sobre los roles que la sociedad Cartagenera le permite a la mujer.

Hay que aprovechar la ocasión para cosas más interesantes. Algo podríamos aprender, por ejemplo, sobre la actitud Alemana hacia la prostitución. Acá en Alemania las prostitutas pagan impuestos[3]. Y pagan impuestos, tal vez, porque el político de turno no se limitó a escandalizarse sino que decidió que con los tributos que pagan las prostitutas se pueden financiar campañas que fomenten cierta civilidad e higiene en el gremio de trabajadoras sexuales. Tal vez, quién sabe, el recaudo de esos tributos permita financiar la educación pública de otras niñas y se evite tanta niña Danificada. Y he ahí el meollo del asunto: Una sociedad en la que el rol de la mujer esté tan limitado, en la que la mujer se mantenga ignorante, en la que la mujer no sea un agente económico pleno, es una gran incubadora de Danias. Hay que aprovechar esta ocasión precisamente para recordar que una de las grandes causas de esta generación será la causa de la emancipación de lo femenino, el esfuerzo constante por devolverle o tal vez permitirle a la mujer su dignidad: la capacidad de autodeterminarse, la capacidad de decidir sobre su profesión, sobre su sexualidad, la posibilidad de inventarse a sí misma libre de la tiranía del señor, del yugo del varón. Liberar a la mujer de la masculinidad.

Pero lo anterior no es un grito feminista. No necesariamente. Académicas, académicos y economistas de muchas índoles han sugerido que las sociedades en las que las mujeres acceden a más educación son sociedades más prosperas, más productivas, menos propensas a la superstición, con tasas de natalidad más bajas. Suena obvio: excluir a la mujer de la economía, despojarla de su potencial como agente productivo es cargar economías a medias. Fomentar muchos más espacios y roles para la mujer nos conviene a todos, es una causa que no puede desfallecer y que en muchas ocasiones requerirá desafiar la corrección política,  escandalizar a las señoronas y rechazar patrones culturales anacrónicos[4]. Estamos urgidos de mujeres a las que las niñas puedan admirar: mujeres  ricas,  mujeres famosas, mujeres sabias,  mujeres poderosas, mujeres que hayan conseguido todo lo anterior sin verse obligadas a vender su cuerpo, sin verse reducidas a su atractivo físico, sin verse forzadas al matrimonio o a cualquier otra transacción que implique la subordinación a lo masculino.

Kundera parece sugerir, en el libro de la risa y el olvido, algo que bien podría ser una observación universal.  Sugiere que hay en el mundo menos misóginos que ginófobos, que los hombres realmente no odian tanto a la mujer sino que le temen. El hombre costeño (yo soy un hombre costeño) es a mi juicio un ginófobo muy peculiar: le teme a la sexualidad de la mujer cuando la mujer en cuestión es su mujer. Le teme al deseo sexual femenino, lo prefiere adivinar débil y poco imaginativo, le teme a la posibilidad de que ese deseo exceda al suyo, que no se sacie tan fácilmente. El hombre costeño es, realmente, esclavo de las señoronas y del arquetipo que ellas perpetúan sobre la interacción entre lo masculino y lo femenino: La mujer se ve bonita y cuida a los niños, el hombre trabaja. Dicen en alguna de nuestras regiones, después de todo, que hombre flojo no consigue mujer bonita, y he ahí la ironía de nuestra tragedia: nuestra ginofobia (nuestros mommy issues dirían en un episodio de Seinfeld) nos impide gozar del tesoro que puede ser una mujer que se sabe emancipada. Las delicias de la mujer realmente libre (y no me refiero solo al tipo de delicias con las que Dania se gana la vida) pueden explorarse más fácilmente en sociedades en las que la mujer ocupa muchos más roles, en las que la mujer también propone y el hombre  a veces dispone.

Mientras tanto, en los tiempos de Sofía Vergara, vale la pena celebrar la voz valiente de Dania, que se atreve a exigir, por lo menos, que el varón de turno tenga la delicadeza de honrar sus pactos, que cumpla con su parte de la transacción. Vale la pena celebrar su indiscreción porque nos permite avanzar la causa, hondear la bandera, empezar a sonrojar a los que siempre se sonrojan. ¿Qué habría pasado si Univisión hubiera decidido no compensar a la jóven Sofía Vergara por su trabajo en el exitoso programa Fuera de Serie? [5] ¿Habría que pedirle que renunciara a su compensación, porque su oficio era simplemente lucrarse de su atractivo físico? Imprudencias así, básicas, casi ingenuas, como la de Dania, son en estos tiempos pura valentía, nuevas evidencias de que la hembra de la especie de simios a la que pertenecemos es una criatura desafiante, llena de ambiciones,  maravillosa.



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[1] Lo formula mejor Juliao, por su puesto, en su relato.

[2]Claro, también pueden emular a la mujer más poderosa que la costa atlántica haya conocido, a una tal Enilce López -La gata-.

[3] Y pagan tantos impuestos, que las discusiones  importantes que se dan en Alemania sobre el asunto son muy interesantes para mi gremio, a saber: Si la instalación de una especie de parquímetro que recolecta los impuestos constituye o no una imposición de doble tributación. Esta nota de BBC news ofrece un vistazo a la discusión: http://www.bbc.co.uk/news/world-europe-14730704

[4] Hay en la facultad de derecho, a propósito, una línea de investigación sobre derecho y género y algunos seminarios al respecto usualmente coordinados por la profesora Isabel Cristina Jaramillo. Una manera de descubrir las formas casi sutiles en las que la mujer se somete a relaciones de subordinación,  es logrando una perspectiva crítica del derecho civil como mecanismo de perpetuación de estas relaciones.

[5] Fuera de Serie era el seriado de mal gusto en el que Sofía se hizo famosa entre la comunidad latinoamericana en los Estados Unidos.  Todavía puede verse en Youtube aquí:http://www.youtube.com/watch?v=CJo0pDAca20   Y a propósito de los talentos de Sofía Vergara, el escritor Cartagenero Efraim Medina reyes escribió hace algunos años para una revista Soho que todavía valía la pena, un artículo muy provocador y pertinente para estos tiempos titulado “El Cuerpo como talento”: http://www.soho.com.co/mujeres/articulo/sofia-vergara-el-cuerpo-como-talento/5912




1 comentario:

  1. De lejos, muy de lejos, lo mejor que he leído de un autor colombiano sobre el rol de la mujer en la sociedad. También soy costeña, y aunque en menor intensidad, me alcanzó una puntica del mismo látigo: de que más allá de cualquier cosa, sólo valía por lo que podía ofrecer sin que nadie se sintiera retado.

    Y aunque entiendo que el texto no fue escrito desde una postura feminista, pareciera. Necesitamos feministas así.

    Millones de gracias por compartir.

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